El olor a yuca brava llena la cocina mientras mis hijos se agitan emocionados a mi alrededor. Mi hermana y yo hemos decidido enseñarles a preparar casabe, una tradición que aprendimos juntos cuando éramos niños. Lavamos y rallamos la yuca con cuidado, sus risas y preguntas animan el ambiente. Les contamos cómo nuestro padre solía hacer este mismo proceso en su pequeña cocina de tierra, explicando cada paso con paciencia. Ahora, en nuestra cocina moderna, mantenemos viva esa conexión con nuestras raíces, mezclando el pasado con el presente.

Extendemos la masa en la plancha caliente, observando cómo se seca lentamente. Mis hijos, con ojos llenos de asombro, esperan ansiosos para probar el primer casabe de su vida. Mi hermana sonríe, notando cómo los pequeños se parecen más a ella que a mí. Mientras esperamos, recordamos en voz alta las historias de nuestras infancias, llenando la cocina con un aire de nostalgia que creemos que es muy pronto para sentir. Cuando finalmente el casabe está listo, lo rompemos en triangulitos y lo compartimos, saboreando no solo el resultado de nuestro esfuerzo, sino también el vínculo profundo que nos une a nuestra historia y a nuestra familia. En esos momentos, la cocina se convierte en un lugar sagrado, un espacio donde el amor y la tradición se entrelazan en cada triangulito.