El sol de la tarde se filtraba por las ventanas del apartamento de mi hermano, bañando la cocina con una luz dorada. El espacio era pequeño pero acogedor, con sus estantes llenos de especias y hierbas que él había traído de sus muchos viajes. Hoy, el aroma era especial; estábamos preparando crab backs, un platillo que evocaba nuestras escapadas a la playa durante nuestra niñez. Sobre la mesa, los cangrejos descansaban, listos para ser marinados con limón, pimienta y ajo. Mi hermano, con su habitual entusiasmo, cortaba cebollas y pimientos para el guiso mientras charlábamos sobre nuestras vidas. Él contaba historias de sus recientes aventuras mientras yo mezclaba los ingredientes, recordando cómo nos habíamos divertido recogiendo cangrejos en la playa. El olor a mar se mezclaba con el de los condimentos, creando una sinfonía de aromas que llenaba la estancia.

Cuando todo estuvo listo, nos sentamos en la pequeña mesa del comedor, con nuestros platos de arroz, ensalada y patacones acompañando los dorados y crujientes crab backs. Desde el tercer piso, la vista del horizonte parecía un cuadro que completaba nuestra tarde. La cocina, con su mezcla de sabores y recuerdos, se había convertido en un refugio de nostalgia y afecto, un lugar donde nuestras tradiciones familiares encontraban un nuevo hogar en cada receta compartida. Con cada bocado, revivíamos aquellos días en la playa, sintiendo la calidez de la familia y la permanencia de nuestras historias en cada plato preparado con amor.